Cada año con la llegada de las primeras brevas, siempre me acuerdo de mi abuelo Francisco "el sordo", era su perdición, le encantaban. La casa de mis abuelos tenía su correspondiente huertecito, y estaba situada en el poblado de Majarromaque. Allí tenía una hermosa higuera, que cada año nos regalaba hermosos frutos y tertulias alrededor de ella. Siempre nos decía, que no había nada como comerse una breva en ayunas debajo del árbol y que su savia en ayunas, si la refregáramos en una verruga, se caía a los pocos días.
Llamaba a todos los nietos que andábamos jugando por el patio y nos decía "venid, que os voy a dar un caramelo del árbol". Yo alucinaba, con que destreza se subía a la vieja escalera de madera, como las escogía, las saboreaba y nos ofrecía el mejor ejemplar. Aun cuando cierro los ojos, puedo revivir todas las sensaciones de aquel momento, sensaciones que ahora quiero volver a tener junto a Pepe.
Por suerte, tenemos nuestra hermosa higuera, que ya sus antiguos dueños disfrutaron de plácidas siestas bajo su sombra, juegos y sobre todo de sus frutos.
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