Ayer tuvimos una de esas tardes, que deseas que nunca acaben. Con sombreros a cuesta, carrillo y unas cuantas cajas, nos fuimos los tres para la huerta, para llevar a cabo la recolección de las cebollas "colorá". Al principio nos daba mucha penita arrancarlas, pues estaban preciosas las matas y además le daban una alegría al huerto increíble, pero teníamos que hacerlo, pues con las calores se podían "cocer".
Si la primera era enorme, brillante y con una tonalidad preciosa, la segunda y la tercera, no se quedaban atrás. Como dijo nuestro vecino Manolo que vino a hacernos una visita "Qué vista tienen".
Íbamos limpiándolas y colocándolas en un montón, para posteriormente hacer los manojos, para poderlas colgar. El olor que desprendían, nos recordaban como años atrás, lo hacían cerca de la típica alberquita, donde las limpiaban, las dejaban secar y de paso al terminar la faena, se daban un chapuzón en ella, eso sí, en compañía de alguna que otra rana o culebrilla. Es increíble como determinados olores, sonidos,etc, nos traen maravillosos recuerdos.
Quizás la tarea mas laboriosa fue la de hacer los manojos, con mucho cuidado ya que algunas llegaban a pesar un kilo.
La cebolla, es una de las cosas que no puede faltar en la cocina, es la base de los sofritos y de la mayoría de los guisos. Nuestro botiquín natural la tiene como protagonista, dado que junto con el ajo es un magnifico antibiótico, además del alto contenido en vitamina A,E, ácido fólico, buena para la circulación, para la tos (un trocito en la mesita de noche mientras dormimos) y sobre todo, para las molestas picaduras de los insectos.
Estoy deseando verlas colgadas en nuestra alacena de invierno, donde cada vez que entremos, nos ofrecerá un perfume embriagador para el recuerdo.
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