Al caer la tarde, y cuando parece que se ha ido las calores del día, llega nuestro momento, Pepe y yo no vamos de paseo. Es la hora de nuestra pequeña aventura. Con un ritmo sereno, botellita de agua, gorro y con "pasitos cortos" (dado mi acompañante), nos lanzamos a lo que nos depare el camino.
Cada tarde es diferente, tramos a pie, en brazos o en su bicicleta, que la pobre parece que está hecha de hierro....
Siempre hay dos citas obligadas, el túnel, que la verdad que cualquier persona con un ápice de sensibilidad, quedaría cautivado con tan hermoso enclave natural, y la casa de nuestros vecinos.
Sonidos, animales o cualquier objeto, que en tardes anteriores haya podido percibir, y que nuevamente los veamos, me los muestra con el entusiasmo y la seguridad de haber retenido la información. Paradas que cuando alzamos la mirada al cielo, vemos como se adornan de globos de colores (parapentes), que van de un lado a otro y acompañados de la exclamación de Pepe "A volarrrrrrr".
Siguiendo nuestro recorrido, de repente oímos el mugir de unas vacas, es entonces cuando cambiamos de rumbo y vamos en su busca. Preciosa imagen, ver como comen tranquilamente y como nos observan desde la desconfianza y curiosidad al mismo tiempo.
De repente, ¡ un caracol en el camino!, mi acompañante inmediatamente se dispone a coger ese pequeño tesoro y lo guarda en su minúsculo bolsillo. Caracoles, piedras, palitos, un sin fin de cosas que llevamos muchas veces, como resultado de estos paseos inolvidables.
A nuestra llegada a casa, directamente nos vamos a la última parada del día, la huerta. Allí, en medio de los melones, sandías, etc, Pepe en su lenguaje particular, le narra a su padre todo lo vivido en este paseo.
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